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Por qué ‘Euphoria’ es una de las mejores series del año

Mientras el cine de hoy tiende a explotar la nostalgia por el pasado, ‘Euphoria’ mira directamente a nuestro presente. La serie de HBO, que ha finalizado su primera temporada esta semana, se sumerge en un caos desatado por el relato errático de una narradora poco fiable, Rue (Zendaya), que sobrevive como puede a una adolescencia de adicciones, soledad y confusión. Y purpurina, mucha purpurina. Sam Levinson expande el universo que compuso en ‘Nación salvaje’ (2018) y se propone conseguir algo que pocos cineastas se atreven siquiera a intentar: dibujar, en color, forma y contenido, el torbellino de emociones de la Generación Z.

El mundo se mueve tan rápido que los retratos adolescentes de Larry Clark son ahora inservibles, y los de John Hughes una fantasía más cercana a la ciencia ficción que a la realidad de un instituto contemporáneo. No es que aquellas historias estuviesen mal, sino que el paso del tiempo ha sentenciado su relevancia. Y es que la llegada de internet lo ha cambiado todo: nuestra manera de relacionarnos, de disfrutar del ocio, de informarnos sobre el mundo, de participar en el progreso (o retroceso) de la sociedad, de trabajar y ser recompensados de forma justa, de buscar compañía, de expresarnos, de buscar atención, de explotar nuestra creatividad… ¿Qué es lo que no ha cambiado, e incluso se ha intensificado? El más contundente e inevitable de los sentimientos humanos: la soledad.

En un mundo que se ha llenado de ruido, los adultos intentan sostenerse en sus convicciones para no ser arrastrados por la confusión de la manipulación mediática, la complejidad de las relaciones personales, la crisis económica, la apertura del espectro de la sexualidad o la amenaza siempre presente del calentamiento global. Pero en ese mismo mundo vive una generación que no ha tenido la oportunidad de poner los pies en la Tierra, que ha entrado a una edad adolescente en la que esa marabunta les ha caído encima como un jarro de agua fría. Su realidad no es la de ‘El club de los cinco’. Las encrucijadas a las que se enfrentan están llenas de hipervínculos que les llevan a otros lugares, hasta perderse en la búsqueda inútil de respuestas a sus numerosas preguntas.

‘Euphoria’ vive en esa confusión. Se retuerce en ella a través de una protagonista colapsada por el peso del mundo y desesperada porque alguien la abrace y le diga que todo irá bien. Aunque sea mentira. Hablamos de una de las series más impactantes de este año, una que ha generado multitud de reacciones (ha sido la más comentada de la plataforma, por detrás de ‘Juego de tronos’) y abre la puerta a un mundo adolescente lleno de luces y sombras. No, no es una serie para espantar a los padres, sino una herramienta para que puedan entender mejor a sus hijas e hijos en una realidad condenada a existir en las zonas grises.

LA GENERACIÓN Z, AL DESNUDO

Al inicio de la serie vemos nacer a la protagonista de la historia en unas fechas algo desafortunadas: tan solo tres días después del ataque a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001. No es una fecha que pueda incorporarse a la ligera en la historia, y su significado no es aleatorio. La sociedad estadounidense vivió un antes y un después tras aquella catástrofe, y el miedo ya forma parte indisociable de su ADN. La nueva generación creció con una sombra parecida a la que se nos muestra en la alemana ‘Dark’, en la que el reflejo de la ‘teen angst’ esconde las heridas involuntarias del nazismo y la amenaza y la falta de expectativas de un futuro abocado a una guerra nuclear.

Pero mientras la serie de Netflix utiliza esos sentimientos como subtexto, para pintar de un color sombrío la compleja trama en la que se embarcan sus personajes, ‘Euphoria’ no esconde su voluntad de retrato de una generación que nació con un móvil bajo el brazo. Una generación que probablemente descubrió que Papá Noel no existía por culpa de un meme en Twitter, que aprendió del sexo por primera vez en PornHub y midió su autoestima según el número de ‘likes’ que conseguía en Instagram. Una generación marcada por la ansiedad, la enfermedad más común de nuestra era, que nace de la incerteza: de a quién deben amar, de si tendrán un trabajo en el futuro, de si podrán pagar una hipoteca o de si llegarán a cumplir los 50 antes de que el mundo se vaya a la mierda, sea por una Tercera Guerra Mundial o por un desastre climático.

Y todo eso solo es consecuencia de lo que ocurre de puertas hacia afuera. Dentro, escenario principal de los dinámicos viajes de esta serie, un grupo de personajes intenta encontrar su particular momento de euforia: Rue lo hace a través de las drogas para apagar las voces que la acechan en su cabeza (padece varios trastornos mentales, desde el TDAH hasta la bipolaridad), Kat (Barbie Ferreira) se convierte en dominatrix (vía webcam) para superar sus miedos a no ser querida como se merece porque no tiene un cuerpo canónico, Maddy (Alexa Demie) lucha contra la idea de que debe complacer a los hombres a costa de sus propias necesidades que adoptó de las tempranas enseñanzas en concursos de belleza infantiles, Cassie (Sydney Sweeney) se presta a las demandas de todas sus parejas sexuales (incluyendo vídeos y ‘nudes’) por una preocupación enfermiza de que la abandonen como su padre… En definitiva, jóvenes en busca de validación, ya sea de la familia, los hombres o, en general, una sociedad extremadamente exigente.

“Psicológicamente [los de la Generación Z] son más vulnerables que los ‘millennials’: las tasas de depresión y suicidio en adolescentes se han disparado desde 2011; no es una exageración decir que esta generación está al borde de la peor crisis de salud mental en décadas, y gran parte de este deterioro puede atribuirse a sus teléfonos móviles”, escribe Jean M. Twenge, psicóloga e investigadora estadounidense que lleva décadas estudiando el comportamiento de los jóvenes, en un inquietante reportaje publicado en The Atlantic. En él, describe a golpe de datos una generación más infeliz que cualquiera de las precedentes, en la que el número de adolescentes con actividad sexual se ha reducido en un 40% desde 1991, el mismo porcentaje en el que desciende la cantidad de tiempo que dedican en interactuar con otras personas al aire libre. “Los adolescentes de hoy quizás vayan a menos fiestas y pasen menos tiempo con otras personas, pero cuando se congregan, documentan sus lugares de encuentro sin descanso, en Snapchat, Instagram, Facebook… Los que no están invitados a ese lugar se enteran y, en consecuencia, el número de adolescentes que se sienten excluidos ha alcanzado máximos históricos, así como el aumento de la soledad, el aumento de la sensación de exclusión ha sido rápido y significativo”, apunta Twenge.

No es difícil ver en las imágenes de ‘Euphoria’ esta clase de sentimientos: soledad, exclusión, desgana, baja autoestima, incapacidad de conectar, negatividad ante el futuro, adicción a las tecnologías, poca interacción social… Son sentimientos complicados que se tratan de forma necesariamente compleja. Antes definíamos a algunos de los personajes con una sola línea, y ha sido francamente difícil, lo que demuestra el gran acierto de Levinson: crear personas multidimensionales, complejas y contradictorias que se chocan contra las paredes de su propio mundo interior, plagado de horrores nocturnos y ansiedad por la vida. Y en toda esa pesadilla, se enciende una luz. Brilla una caricia, un gesto amable, un beso. La serie está muy lejos de ser un show macabro, como a los que asistimos en los años 90, sino un viaje emocional que sí ve la luz al final del túnel (aunque el final de la temporada haya sido absolutamente devastador para su protagonista). A través de sus ocho episodios, la historia va encontrando espacios seguros para los problemas de sus jóvenes protagonistas, hasta que entendemos que, aunque la sociedad de hoy ha marcado todos los aspectos de su vida, la experiencia humana sigue siendo la misma. Solo que con otro contexto.

LAS PEQUEÑAS GRANDES VICTORIAS

“Lo que hace que esta generación sea diferente es que es un mundo totalmente diferente: no hay brújula, no hay hoja de ruta, no hay nadie que pueda proporcionar ningún consejo que sea realmente aplicable”, contaba el propio Levinson en una entrevista con Indiewire, en relación no solo a los jóvenes confusos, sino también a los padres y madres presos de la impotencia. ‘Euphoria’ también les tiene en cuenta a ellos, como muestra el inicio del último episodio de la temporada, en el que la madre de Rue habla de su propia experiencia. “No será una niña fácil, tendrá problemas… Aunque es posible que no lo entendamos, tenemos que aceptarlo, y lo que podría no tener sentido para nosotros, podría ser lo mejor para ellos”, asegura. Estos pequeños momentos son grandes victorias para la serie: es donde brilla su capacidad para ser poliédrica.

Entre esos notables aciertos del show está el no huir de las consecuencias de los actos que genera su protagonista, a la que no juzga, pero tampoco perdona. También tratar a sus personajes con respeto (incluso, diría, cariño) o no mostrar la violencia sexual contra las mujeres de forma recurrente o explícita (como sí veíamos en una serie bastante más irresponsable y menos interesante visualmente, ‘Por 13 razones’). Y después está el magnífico séptimo episodio: un retrato de la depresión tan realista, y a la vez tan lleno de dinamismo, que acaba siendo uno de los momentos más impactantes de la temporada. Muchos se verán reflejados en una Rue completamente inmóvil bajo las sábanas de su cama, incapaz siquiera de hacer el esfuerzo para desplazarse al lavabo a hacer sus necesidades y viendo un episodio tras otro de la serie más intrascendente que encuentre (en este caso, ‘Love Island’), en busca de una lenta y agónica autodestrucción. A pesar de sus excentricidades narrativas, pocas veces hemos visto en televisión un retrato tan certero del verdadero vacío que supone padecer una depresión.

Pero hay otras conquistas que no necesitan ser puestas en palabras, porque ya se consideran dentro de la normalidad. Hablamos de un personaje como Jules (Hunter Schafer), una mujer transexual que no tiene que estar definida por un proceso de cambio que para ella ya está cerrado y asumido. “Es necesario que haya más papeles donde las personas trans no solo tengan que lidiar con ser trans, sino que están siendo trans mientras se ocupan de otros problemas”, aseguraba en una entrevista con Variety. “Somos mucho más complejos que una sola identidad”, añadía la actriz, toda una revelación en la serie, y que sin duda abrirá fronteras en la industria. Tantas como la puesta en escena de Levinson, un oasis de ideas e imaginación en un paisaje de decenas de series narrativamente planas.

EN FORMA Y CONTENIDO

Es imposible no percatarse de lo excéntrica que es la puesta en escena de ‘Euphoria’. Y es fácil acusarla de querer llamar demasiado la atención, o de querer tapar con la espectacularidad de sus imágenes, narraciones y montajes las lagunas de su historia. Nada más lejos de la realidad. Si algo consigue Sam Levinson a la perfección es la síntesis entre forma y contenido, el retrato de una generación que vive en las palabras, pero también en la música, en los colores y las cabriolas de la cámara. En un momento en el que Rue ha tomado drogas, la vemos caminar por las paredes como hacían los personajes de ‘Origen’ de Christopher Nolan. Cuando quiere adentrarse en algo tan propio de nuestra era como las fotos de penes, hace un punto y aparte para convertirse en la profesora de la clase, de la misma forma que se convierte en detective en el séptimo episodio para averiguar qué está ocurriendo con su amiga Jules.

Levinson sabe aprovechar su imaginación desbordante para conseguir algo muy difícil: que la historia y los mecanismos para contarla estén en la misma dimensión. No esconde errores, sino que completa con rotundidad un relato de personajes complejos. Las imágenes son reflejos de sus problemas, de sus miedos, de sus viajes alucinatorios y también de sus alegrías. De alguna forma, con el caos de sus imágenes, el director está intentando comunicarse en el mismo idioma que los adolescentes, está encontrando sus propias dificultades para articular los sentimientos que guardan dentro. Algunos de sus momentos parecen sacados directamente de los sueños de sus personajes, en una forma que se siente realista y fantástica al mismo tiempo. Si a eso sumamos la decisión de poner como narradora a una adicta a las drogas cuya memoria puede estar bastante perjudicada, el relato se convierte casi en un salto de fe. Y, al final, deriva en su último objetivo: ser la forma cinematográfica de la angustia adolescente.

‘Euphoria’ volverá para una segunda temporada.

Fuente: Fotogramas. es

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