Analizamos la continuación de la miniserie serie de HBO, que se despide con una narrativa más cuestionable de la que dejó en su primera temporada, además de algún que otro drama detrás de las cámaras.
En el último episodio de la segunda temporada de ‘Big Little Lies’, Celeste (Nicole Kidman) le dice a Madeline (Reese Witherspoon) que la gran pequeña mentira de toda esta historia (a la que hace referencia el título) es la amistad entre las cinco mujeres protagonistas. Las ‘Monterrey Five’ (Las Cinco de Monterrey), como las apodaron después de la muerte “accidentada” de Perry Wright (Alexander Skarsgard), fue una necesidad de protección mutua para llevar adelante una versión de los hechos que las eximía de toda culpa. Perry tropezó y cayó. Fin de la historia. Era un escudo para Bonnie (Zoe Krävitz), que ahora carga con la culpa de haber sido la que dio el empujón. Las demás, mientras, lidian con otras secuelas de la mentira, así como con sus infidelidades, problemas económicos o batallas legales. En esas se entretiene esta continuación improvisada de la miniserie serie de HBO, que empezó como un conjunto limitado de capítulos (y fue premiada como tal) para acabar convirtiéndose en un serial que aspira a estirar el chicle todo lo que se pueda.
Ahora bien, eso no quiere decir que estos siete capítulos nuevos no nos hayan dejado momentos para recordar con una sonrisa en la cosecha cinéfila de este año: el grito de la Mary Louise de Meryl Streep (que revolucionó las redes) y cuando llamó “bajita” a Reese Witherspoon, la pelea de gatas de Ed (Adam Scott) y Nathan (James Tupper), la última escena en el juzgado, o en general todas las escenas donde aparece Laura Dern (su “no voy a no ser rica”, diciendo que regalará un oso polar a cada niño de la escuela porque le da igual el calentamiento global, discutiendo por un café americano sin leche, destrozando los juguetes de su marido con un bate de béisbol, etc.). Demonios, ¿qué haríamos sin Laura Dern? Protegedla a toda costa. Ella es posiblemente lo más reseñable (a un nivel ‘fábrica constante de memes’) de una temporada con muchas luces y sombras, a la que desde luego podemos cuestionar su existencia.
De hecho, ya se la cuestionaba uno de sus creadores en 2017, tras el estreno de la primera temporada. El cineasta Jean-Marc Vallée aseguró en una entrevista con The Hollywood Reporter de que una continuación era, definitivamente, una mala idea, y que era mejor que los espectadores usasen su imaginación para dar forma a ese final abierto:
“Hacer una segunda temporada… No estoy convencido. ¡Sigamos adelante y hagamos otra cosa! Si hay una oportunidad de reunirme con Reese, Nicole y estos personajes, por supuesto, seré parte de ello, pero ‘Big Little Lies’ es un contrato de una sola vez. ¿Una segunda parte? Nah. El final es para que la audiencia hable. Imagina lo que quieres imaginar y eso es todo. No te daremos una segunda temporada, porque este final es así de bueno. ¿Por qué estropearlo?”
Parece que HBO no pensaba lo mismo después de recibir seis premios Emmy y cinco Globos de Oro, entre otros numerosos reconocimientos. En este elenco de lujo descubrieron una mina de oro que no podían dejar escapar, y era una continuación en la que tanto Witherspoon y Kidman (también productoras del show) estaban muy de acuerdo. La novela de Liane Moriarty en la que se había basado la primera temporada estaba agotada, pero aún había un par de detalles que se quedaron fuera (como la historia de abuso de Bonnie), y a la que la propia autora ayudó a dar forma para que David E. Kelley, que ya adaptó los primeros episodios, diese forma televisiva.
El problema no estaba tanto en tener material para continuar (aunque, seamos francos, cuando una adaptación se aleja del manuscrito original llegan los conflictos; hola ‘Juego de tronos’), sino encontrar la forma correcta de hacerlo. Lo que hizo grande a ‘Big Little Lies’ fue esa sorprendente mezcla entre una trama de telenovela de sobremesa y una puesta en escena cautivadora, donde los sentimientos de los personajes se trasladaban en imágenes (su inestabilidad emocional reflejada en el zarandeo constante de esa cámara al hombro) y los dramas más jugosos convivían con un concienzudo estudio de personajes. Por no hablar, claro está, de su perfecta coincidencia en el tiempo con el movimiento #MeToo, con el que coincidía en sus demandas de mayor presencia femenina en pantalla, a través de una exploración de cómo las mujeres sufren el abuso público (el injusto escrutinio a las madres trabajadoras, por ejemplo) y doméstico (la violencia de género representada en Celeste).
Todo eso ha pasado a una temporada llena de problemáticas. En la ficción vemos una historia que no consigue ponerse al nivel de su predecesora, porque ni sabe reproducir sus aciertos ni se atreve a ir más allá en la introspección del sufrimiento de sus personajes. Quizás esto tenga que ver con un drama que se ha vivido detrás de las cámaras, con una polémica que ha manchado la imagen del show. La cineasta Andrea Arnold fue contratada para dirigir todos los episodios de la temporada, con la promesa de total control creativo. No podría entenderse otro modo de contratar a una directora como la británica, que ha presentado todas sus películas en el Festival de Cannes (desde ‘Fish Tank’ hasta ‘American Honey’) y se la puede considerar uno de los talentos más prometedores de la industria. No contratas a un perfil así para seguir las directrices de un libro de estilo.
Como informó Indiewire en exclusiva hace un par de semanas, Arnold fue apartada de la sala de montaje, y todo su trabajo fue ajustado según las directrices de Vallée, que estableció el tono de la serie en la primera temporada. Se volvieron a rodar algunas escenas y aparecen acreditados en el montaje cerca de diez personas distintas, señal inequívoca de que se vivió momentos de tensión en la sala de edición. La cineasta, que no ha hecho declaraciones oficiales hasta el momento, sí confesó sentirse devastada por la experiencia. La imagen para una serie abanderada del feminismo no fue demasiado acertada: un hombre modificando el trabajo de una mujer a la que se contrató, como apunta todo, de cara a la galería. En el reportaje, además, se asegura que “los guiones de 60 páginas se redujeron a episodios de 40 minutos”, a causa de los cortes de Vallée “para eliminar lo que una fuente describió como la exploración de los personajes al estilo de Arnold y otras “cosas efímeras””.
Quizás, y solo quizás, esas “cosas efímeras” fueran la verdadera esencia de la temporada. Lo que está claro es que estos conflictos fuera de los focos pueden apreciarse en una temporada algo errática, que ha de recurrir a una gran cantidad de ‘flashbacks’ (algunos posiblemente reciclados de la primera temporada) y momentos memorables (aunque a veces se perciben como golpes de efecto algo oportunistas) para disimular una narrativa que no termina de encajar del todo. Que parece querer profundizar en el trauma, pero que realmente no lo hace. Que presenta las consecuencias del asesinato de Perry como el eje central de todo, como ya lo era en la primera temporada, pero luego parece olvidarse de él si no es para humanizarle a través del relato del trauma infringido por la muerte de su hermano en un accidente de coche y cómo su madre le culpabilizó por ello. Algo que sale a relucir en la sesión judicial menos creíble de la historia de la televisión, donde cada uno puede hablar cuando le plazca mientras la jueza les mira como quien admira el ping-pong.
Por aquella confesión sobre los orígenes del trauma de Perry, Celeste acusa a Mary Louise de ser mala madre, y convertir a su hijo en un abusador en potencia, en uno de los golpes más simplones y poco acertados de la temporada. Se une también al uso de los procesos psicológicos de las víctimas de violencia de género, que no recuerdan bien los episodios de violencia y suelen caer en contradicciones en sus declaraciones, para que Celeste esconda sus mentiras delante de la detective a cargo del caso de la muerte de su marido. En The Atlantic, Megan Garber hablaba de este pequeño detalle que, escribe, tira por tierra parte del buen trabajo que se había hecho en la serie para retratar la situación de una mujer maltratada: la dependencia emocional, la culpabilidad y, como apuntábamos, los recuerdos confusos. “Es solo uno de los muchos momentos de este tipo, que ha olvidado gran parte de la complejidad que hizo que la temporada anterior funcionara tan bien”, aseguraba. “Lo que ha resultado, esta vez, es algo mucho más irregular y discordante, donde las escenas se congelan, los personajes cambian sin previsión y los géneros que solían mezclarse con fluidez ahora chocan entre sí”, continuaba Garber.
Lo realmente confuso de esta temporada no son los recuerdos, sino una narrativa mermada por los requiebros en la abarrotada sala de montaje y la redirección de Vallée sobre el trabajo de Arnold, algo que se percibe en esa falta de cohesión en lo que solía ser un funcional mosaico de historias femeninas. Cuando llega el final vemos algunos restos brillantes de ese mosaico, como Jane (Shailene Woodley) intentando recuperar su vida sexual sobreponiéndose al trauma de la violación, Celeste siendo incapaz de borrar el amor que sentía por su violento marido, Bonnie enfrentándose a los fantasmas de su infancia con un sentido monólogo junto a una cama de hospital o Madeleine intentando recuperar la confianza de su marido después de una desafortunada infidelidad. Sí, todas estas historias funcionan, pero se estancan en el tiempo para dar paso a los exabruptos cordiales de Mary Louise, y en el gran esquema de la historia se acaban cayendo en la incongruencia.
Hay que aprender a decir adiós a las historias. Vivimos en un momento donde las series nos permiten alargar y alargar el desarrollo de unos personajes hasta que no queda más remedio que sacarlos por la puerta de atrás. Hemos perdido la buena costumbre de ver un final abierto y encontrar satisfacción en darle forma con nuestra imaginación. ‘Big Little Lies’ fue considerada como una miniserie por una razón muy sencilla: no hacía falta saber qué pasaba después. Y tras ver esta continuación, que probablemente sentencie la historia para siempre, ¿qué hemos aprendido de nuevo? ¿Qué era lo que tan desesperadamente queríamos saber? Sí, nos ha dado una cantidad de GIFs suficientes para lo que queda de año, y sin duda los próximos Emmys estarán repletos de nominaciones a sus increíbles actrices (que son la principal razón de que la temporada no se hunda del todo), pero las pérdidas no han valido la pena.
Por su parte, Nicole Kidman ya asegura que luchará por una tercera temporada, y tampoco se puede culpar a las actrices de agarrarse con uñas y dientes a este proyecto. Y es que, a fin de cuentas, no hay demasiadas series que den espacio y total protagonismo a un grupo de mujeres de mediana edad que exploran los efectos del trauma, ni tampoco una reunión de actrices de primera categoría (Kidman, Witherspoon y Streep son ganadoras de Oscar, y Dern una doble nominada) que ya arrasaron en la temporada de premios, y sin duda lo volverán a hacer si siguen firmando nuevas temporadas. Pero más allá de la conveniencia de un trabajo como este en la edad de oro de la televisión, lo cierto es que estas son mujeres muy ocupadas, que solo consigues reunir en un mismo elenco sin aspiraciones a que vuelvan a cuadrar las agendas para seguir rodando más y más capítulos.
Así lo ha declarado el jefe de programación de HBO, Casey Bloys, que apunta a que “estamos hablando de algunas de las mujeres más atareadas de Hollywood”. En tan solo un momento desmonta la posibilidad de una tercera temporada. “Tenemos otros acuerdos con ellas por separado, y no es realista pensar que podremos reunirlas de nuevo”, ha asegurado. Aunque, por aquellas declaraciones de Vallée en 2017, también podríamos haber jurado que no habría segunda temporada. Y aquí estamos. A la espera de saber si ‘Big Little Lies’ seguirá estirando o no el chicle, nos quedamos con el sabor amargo de una temporada con grandes momentos insertados en un conjunto cuestionable, donde en la ficción las mujeres buscaban recuperar el control mientras su directora lo perdía al otro lado de la cámara. Esa ha sido, al final, la “pequeña gran mentira”.
Fuente: Fotograma.es