Parece que el navarro Álex Pina se está convirtiendo en una apuesta segura para confiarle la creación de series televisivas. Las primeras de su currículum dejaban un poco que desear, desde Los Serrano (2003-2008) y Los hombres de Paco (2005-2010), ambas con Daniel Écija, hasta El barco (2011-2013), con Iván Escobar, y Bienvenidos al Lolita (2014), con Fernando González Molina, David Barrocal y Esther Martínez Lobato. Pero se ha redimido tras Vis a vis (2015-2019), con Écija, Escobar y Martínez Lobato, y sobre todo, tras La casa de papel (desde 2017) y El embarcadero (2019-2020), nuevamente con Martínez Lobato. Y ahora nos trae para Netflix el drama de intriga bilingüe White Lines.El rompecabezas criminal, la sombra constante de un hombre desaparecido, la pérdida y su ocasional montaje impresionista unen a White Lines y El embarcadero
Pina lo ha construido con enjundia emocional pero no personajes memorables, lo que tampoco nos impide sentir empatía por ellos; golpes de timón acertados y en buenas dosis y estupendas tracas finales. Abusa de las canciones en algunos episodios, tirando en exceso de álbum. Pero siempre lo redime su elaborado montaje, en especial cuando es paralelo, y la credibilidad de su reparto angloespañol. Y la banda sonora de Tom Holkenborg (Mad Max: Furia en la carretera) y su colorido sesentero cuadran muy bien con el espíritu excesivo, de consumo de drogas, amor libre de postín, eventos musicales de chuda-chunda y espiritualidad de pacotilla, en el ambiente ibicenco.
Más que por La casa de papel, el rompecabezas criminal, la sombra constante de un hombre desaparecido, los personajes a los que une la pérdida —unos cuantos esta vez— y su ocasional montaje impresionista muestran que White Lines es de Pina y Martínez Lobato por su parecido con El embarcadero. Pero esta nueva serie es menos barroca y virtuosista. No está por la labor de cebarse en los flashbacks veloces sobre un pasado remoto y va visual y narrativamente al grano. Contada con escenas de conversación in media res, casi un monólogo acotativo que equivaldría a la voz en off de Tokio (Úrsula Corberó) en La casa de papel, logra que uno se enganche a sus vaivenes dramáticos y a su enigma.El peso de un muerto está en la médula de White Lines y El embarcadero; en La casa de papel sobreviene a partir de la tercera temporada
Quizá el peso de algún personaje muerto importantísimo de la serie sobre los atracadores del mono rojo y las caretas de Salvador Dalí sea considerable, incluso para dos de sus más allegados; y tal vez ese peso que duele tantísimo se pueda equiparar casi al de los personajes en El embarcadero y White Lines, con los correspondientes flashbacks. Pero, aun así, el estilo narrativo y sus elementos aproximan más a estas dos últimas, sin la trepidación de La casa de papel y con melancolía. Y, además, dicho peso está en la médula de las dos ficciones semejantes, mientras que en el thriller sobre el equipo del Profesor (Álvaro Morte) es algo que sobreviene a partir de la tercera temporada.
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El interés en White Lines, aparte de la trama emocional de sus seres de ficción, lo encontramos enfocado en lo mismo que El embarcadero: la resolución de las circunstancias de la muerte y en sacar a la luz la vida oculta del difunto. Y, en La casa de papel, el foco se pone en el desarrollo galopante del plan para los atracos. Y hay que añadir otra cosa de suma importancia en el parecido de la nueva serie de Álex Pina y la inmediatamente anterior que había estrenado: el personaje de Zoe Walker (Laura Haddock) en White Lines es como el de Alejandra (Verónica Sánchez) en El embarcadero, dos mujeres tras los pasos de un ser querido que salen de su caparazón y descubren otras formas de vivir las relaciones personales.El interés en White Lines, aparte de la trama emocional, se enfoca en lo mismo que El embarcadero: las circunstancias de la muerte y la vida oculta del difunto
Y no solamente eso: también nos proponen un triángulo amoroso con el ausente —un músico autodestructivo más en la cresta de la ola— como hipotenusa y la ignorancia de los otros dos lados, más espinoso en White Lines pero más fundamental en El embarcadero. Y ambas series comparten a la actriz Marta Milans (La desaparición de Eleanor Rigby), que interpreta a Kika Calafat en la una y a Katia en la otra, unos personajes no muy diferentes entre sí en cuanto a su comportamiento liberal. Sin embargo, una virtud que sí acerca a White Lines y La casa de papel, quizá superándola solo en tal cosa, son los elocuentes enfrentamientos que se sostienen en un par de largas escenas. Para casi todo, es hermana de El embarcadero.
Fuente: Hipertextual.com