Un hombre y una niña se atreven a contradecir la tradición en la que crecieron, los relatos que los fascinaron y que, incluso, ha condicionado su forma de vida. Una película animada para dejarse acompañar y disfrutar.
La trampa es pensar que será otra película de animación dentro del catálogo de Netflix; imaginar que no habrá mayor profundidad, en ese océano de entretenimiento; que sus personajes, movidos por clichés, no sufrirán mayor transformación. La trampa es creer eso y no animarse a ver El monstruo marino (The Sea Beast), perdiendo la suerte de encontrarla para amenizar un par de horas de la vida.
Conviene matizar: El monstruo marino no ofrece algo diferencial en relación con varias de las películas animadas más famosas; puede que el cine independiente o animaciones aún más de autor sean superiores (seguro lo son). Pero esta película de Netflix puede satisfacer varios de los puntos clave de una producción orientada al público infantil. En ese contexto, funciona de buena manera.
Su dibujo es grato a la vista, tiene personajes con los que adultos y chicos pueden identificarse y, lo más importante, la transformación que estos sufren. Aún en tramos en los que resulta previsible, esa serie de factores hace que se puedan omitir en favor de la historia que está contando: cómo la tradición y las historias pueden ser manipuladas según el punto de vista desde el que se narran.
El monstruo marino: fondo
¿Cuántas de las historias que conocemos son verdad? El lugar común (y no por eso menos válido) suele remarcar que el relato lo cuentan los victoriosos, esos que en muchos casos son los únicos que quedan en pie o cuentan con los recursos económicos para poder contar. Esa es la idea que El monstruo marino quiere plantear, sugiriendo que, en esencia, la principal amenaza contra la humanidad no es otra especie, sino la suya propia. https://www.youtube.com/embed/Ol2XYzaJrOo?start=1&feature=oembed
Esa idea es sembrada en el relato por una niña afrodescendiente huérfana, de nombre Maisie Brumble, interpretada por Zaris-Angel Hator. Más que un detalle de inclusión, representatividad, es una declaración de principios: ella representa a tantas generaciones abandonadas en el mar, marginadas y discriminadas, por aquellos que han construido (escrito) ese relato hecho libro con el que ella creció y con el cual se fascinó. Su viaje, en instantes, es el que los adultos atraviesan a través de los años: descubrir cuánto mito hay en las ideas presentadas como verdades.
Su contrapeso, un hombre blanco, tradicional, aferrado a esa tradición que a ella le fascina, sirve para polarizar la historia. Pero sin que ellos se confronten. No son adversarios. Por el contrario, se sirven a sí mismos como espejos para reconocerse e intentar romper con la tradición a la que ellos pertenecen. En el caso del hombre, Jacob Holland, interpretado por Karl Urban (Thor: Ragnarok), se trata de su forma de vida, una que la chica llega a contradecir.
El monstruo marino
Haciendo frente a una amenaza superior a ellos, los protagonistas de esta historia descubren que su mayor peligro es su propia especie. Un relato animado con buen dibujo y personajes que sufren distintas transformaciones, enriqueciendo el relato de distintas lecturas simbólicas. Una película que puede ser vista tanto por chicos como por grandes. Lo más probable es que les guste a ambos grupos.
La caída de los ídolos
Entonces, la historia de aventura de Netflix descubre distintas capas que la transforman en algo más que un relato divertido. Sus personajes, opuestos al Capitán Crow, interpretado por Jared Harris, tienen que hacer frente a las búsquedas del referente. No es uno cualquiera, sino el eje sobre el cual se han elaborado los relatos de los cazadores de bestias. La tarea no es sencilla: desmontar el mito.
Otra lectura posible: notar cómo el miedo natural del ser humano lo lleva por caminos aún más peligrosos que aquello a lo que temía, en un principio. Entre el Capitán Crow y Jacob Holland hay una relación muy cercana, de padre e hijo, de referente a aspirante. Algo similar es propuesto en relación con Brumble y Holland, solo que estos construyen otro tipo de vínculo, libre de algunos prejuicios, mientras se están transformando.
Mientras tanto, El monstruo marino va dejando atrás el mundo en el que creció el Capitán Crow. Las ideas van mutando y la tecnología también se abre paso. El personaje también permite al director, Chris Williams, sugerir la importancia de las búsquedas personales, de los deseos y aspiraciones; a la vez que deja suelta una reflexión: qué pasa cuando esas metas se vuelven obsesiones nocivas, envenenando el sistema. Hay respuesta: el odio se manifiesta de distintas maneras. Por ese tipo de mensajes es que es necesario dejar atrás las percepciones iniciales sobre El monstruo marino, un film al que podría cuestionársele el ritmo y la tensión de su segundo acto. Aun así, vale el play.
Fuente: Hipertextual.com