Muchos cinéfilos piensan que, en la gala de 1990, era Spike Lee quien debía haberse alzado con el Oscar a Mejor Película por ‘Haz lo que debas’, que hoy es considerada un clásico de culto del indie norteamericano. Sin embargo, ni siquiera fue nominada. Y, para más inri, la ganadora de aquel año fue ‘Paseando a Miss Daisy’, un cuento al más puro estilo ‘hollywoodiano’ en el que un conductor negro entabla una relación con una anciana blanca y racista, a la que lleva de paseo durante más de 25 años. Hoy, casi treinta años después, Lee sí ha sido nominado -¡por primera vez!-, pero se ha vuelto a quedar en el banquillo por culpa de ‘Green Book’, un cuento al más puro estilo ‘hollywoodiano’ en el que un conductor blanco y racista entabla una relación con un músico negro al que acompaña en dos meses de gira. ¿No es increíble como la historia se repite y seguimos sin entender nada?
La 91ª edición de los premios Oscar se ha saldado sin presentador y sin vergüenza, galardonando en mayor cantidad a una película con un director innombrable acusado de pederastia -‘Bohemian Rhapsody’- y otra que nos devuelve a esos años en los que el cine quería convencernos de que el buenismo es mejor que la lucha para sobrepasar barreras como la del racismo en los Estados Unidos. Así es cómo la película de Peter Farrelly ha ido construyendo la narrativa de su campaña: esta es una película sobre la amistad entre dos personas diferentes, y, como decía en su discurso en los Globos de Oro, “si ellos pudieron entenderse, ¿por qué no lo vamos a hacer todos?”. Quizás el mensaje reduccionista de que un sistema intolerante puede cambiarse simplemente siendo amables se diluya en las virtudes que tiene el filme (un gran pulso cómico y las brillantes actuaciones de Viggo Mortensen y Mahershala Ali), pero los “contras” se acumulan: ¿la mejor película del año, en tiempos de reivindicaciones, es una que recurre al tópico del hombre blanco al rescate, que además le enseña a un hombre negro cómo ser más negro? ¿De verdad los guionistas pensaron que era algo realista que un músico profesional no hubiese escuchado jamás a Little Richard o Aretha Franklin?
Para The New York Times, este planteamiento está corrompido por el dinero que implica la relación y por dónde está puesto el protagonismo de la trama:
“El dinero compra a Don Shirley una seguridad relativa, la amistad, el transporte y un colega con el que hablar. Lo que el dinero no puede comprarle es más espacio en la trama de su propia película, donde no se le permite disfrutar de su propio y único talento artístico. No puede liberarlo de una película que lo sienta donde estaba sentada Miss Daisy, pero que lo trata peor que a ella. Es literalmente un pasajero en el viaje de un hombre blanco. Tony aprende que realmente le gustan los negros. Y, gracias a Tony, también lo aprende Don”.
Cabe tener todo esto en cuenta ahora que ‘Green Book’ se ha hecho con el Oscar a Mejor Película. Es una decisión respetable, pero que debe ser puesta en contexto. Esta no es la película sobre el racismo que los publicistas quisieron vender, sino una versión simplista que, al contrario de otras nominadas (‘Infiltrados en el KKKlan’ planteando los conflictos de los años 70 con un link directo a nuestra actualidad e incluso ‘Black Panther’ exponiendo con complejidad la herencia norteamericana respecto al expolio africano de sus antepasados), no busca más reflexión que la de la simpatía. Que, bueno, bien está también. ¿No?
La película de Farrelly -que, para que conste en acta, ha sido duramente criticada por la propia familia de Don Shirley por falsear su retrato en favor de las simpatías de Tony Lip, cuyo hijo es precisamente guionista del filme- es sin duda un paso atrás para la Academia en tiempos de reflexión social y sensibilidad histórica. Lo políticamente correcto no era buscar palabras que nos integren a todos o pedirle más responsabilidad al humor, sino hablar del racismo de los 60 sin apenas dedicarle un poco de reflexión. Sin apenas abrir un “libro verde” en toda la película. Spike Lee, que sí ha conseguido llevarse el Oscar a Mejor Guion Adaptado, también habla en su película de la cooperación y entendimiento entre personas diferentes, pero no se dejó por el camino las complejidades de los movimientos de lucha por los derechos civiles o el protagonismo de los personajes afroamericanos, verdaderas víctimas del sistema.
Además, en su discurso de aceptación hubo más lucha y resistencia que en todo el metraje de ‘Green Book’, a la que no ha tardado en criticar tras la gala:
“Alabo a nuestros antepasados que han convertido a este país en lo que es hoy y sufrieron el genocidio de su gente. Todos conectamos con nuestros antepasados. Recuperemos su amor y sabiduría, nuestra humanidad. Este es un momento poderoso. Las elecciones presidenciales de 2020 están a la vuelta de la esquina. Movámonos todos. Estemos todos del lado correcto de la historia. Hagamos la elección moral entre el amor y el odio. ¡Hagamos lo correcto!”
Treinta años más tarde, el sólido discurso de Lee vuelve a enfrentarse con Miss Daisy, y este segundo acaba llevándose de nuevo los honores. Porque la Academia prefiere mirar al pasado con una sonrisa cómplice que afrontar el cambio presente, ya sea por el puño en alto de ‘Infiltrados en el KKKlan’ -que en su tramo final habla claramente de los nazis del siglo XXI- o la revolución de ‘Roma’ de Alfonso Cuarón, otra gran triunfadora de la noche a la que ‘Green Book’ robó el protagonismo final. Mientras tanto, el problema racial sigue patente en la América de Trump y el muro de México amenaza aún con convertirse en una realidad.
Pero qué importa eso si podemos ver a Mahershala Ali descubriendo el pollo frito.
Y las mujeres, ¿dónde están?
Cuesta creer que hace tan sólo un año Frances McDormand levantase a la platea pidiendo una ‘inclusion rider’ -cuotas para incentivar la presencia de mujeres en la industria- que grandes productoras ya han incorporado, Greta Gerwig fuese una de las grandes nominadas de la noche por ‘Lady Bird’ o tres de las víctimas de Harvey Weinstein -Ashley Judd, Anabella Sciorra y Salma Hayek- saliesen al escenario a representar el terremoto que había sido el movimiento #MeToo en Hollywood. Pero todo eso fue hace un año. Ahora volvemos al punto de partida.
Las reivindicaciones feministas han estado ausentes de la gala de los Oscars, aunque se han materializado en diversas categorías que no ocuparán los titulares de hoy: Domee Shi, que ha ganado el Oscar a Mejor Cortometraje Animado por ‘Bao’, es la primera mujer en dirigir en solitario para Pixar; Ruth Carter es la primera mujer afroamericana en ganar el Oscar a Mejor Vestuario por ‘Black Panther’; y Hannah Beachler es también la primera mujer afroamericana en ganar el Oscar a Mejor Diseño de Producción por el filme de Ryan Coogler. Tres mujeres haciendo historia en categorías no tan reconocidas, pero que han conseguido sus pequeñas victorias.
Es el caso también de ‘Period. End of sentence’, el cortometraje documental de Netflix que se ha hecho con su propio Oscar. ¿Su temática? ¡La menstruación! “No me puedo creer que una película sobre la regla acabe de llevarse un Oscar”, decía emocionadísima su directora, Rayka Zehtabchi. “Estáis empoderando a mujeres del mundo entero para que luchen por la igualdad”, añadía la cineasta. El cortometraje muestra la lucha desde los institutos de la India para que, contaba, la menstruación no se convierta en el final de la educación. Todo un tabú sobre la intimidad femenina que ha conseguido pisar por derecho propio el escenario de los Oscars.
A partir de aquí, las mujeres han ido desapareciendo de la gala. No es de extrañar: sólo había un 25% de nominadas -dos puntos más que en 2018- frente a un 75% de hombres nominados. Como informa The Women’s Media Center (WMC), las mujeres fueron ignoradas en las categorías de dirección, fotografía, edición, banda sonora y efectos visuales. Informan también que el número de mujeres involucradas en las películas nominadas al premio principal, y a los de guion, diseño de producción y animación, ha descendido respecto a otros años. “En un lado positivo”, añaden, “más mujeres han recibido más reconocimiento que el año anterior en las áreas de documental, diseño de vestuario, maquillaje y peluquería, y cortometrajes”.
Tanto en discursos como en números, el #MeToo se ha quedado un poco lejos de la 91ª edición de los Oscars. De nuevo, no por falta de candidatas (Marielle Heller, la directora que más presencia ha conseguido, fue ignorada en las principales categorías por la brillante ‘¿Podrás perdonarme algún día?’), sino por otros motivos que nada tienen que ver con el cine. ¿No es esa la cantinela de siempre en los Oscars? En el documental ‘RBG’, nominado en estos premios, la jueza Ruth Bader Ginsburg cita a una pionera feminista para describir aquello por lo que luchó en sus años en la justicia:
“No pido ningún favor para mi sexo. Todo lo que pido a nuestros hermanos es que quiten sus pies de nuestros cuellos”.
Quizás los pies ya no estén en nuestros cuellos, pero al levantarnos encontramos un techo de cristal que aún hay que romper en pedazos. El mismo que aún parece contener en Hollywood las verdaderas reflexiones sobre clase, raza y género.
Al menos este año, ese techo sólo tiene unos rasguños. Sigamos.